Bienestar educativo

Por: Psic. Pamela Alejos

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), por primera vez en la historia los problemas de salud mental están superando a los de salud física en términos de impacto global. Se calcula que una de cada ocho personas en el mundo padece algún tipo de trastorno mental. La depresión, por ejemplo, es actualmente la segunda causa de discapacidad a nivel mundial y afecta a más de 280 millones de personas. La ansiedad también representa un problema significativo, con más de 300 millones de personas afectadas, entre ellas aproximadamente 58 millones de niños y adolescentes. Estas cifras evidencian una realidad preocupante que no distingue edad, género ni territorio, y que exige una atención prioritaria en las agendas de salud pública.

En el Perú, el Ministerio de Salud (MINSA) también coincide con estas cifras de alerta. Si bien obtener datos exactos y actualizados puede ser un desafío, las tendencias son claras. Por ejemplo, en 2022, el MINSA reportó más de 1.7
millones de atenciones por problemas de salud mental en el país, lo que representa un aumento significativo en comparación con los años previos a la pandemia. Antes de la crisis sanitaria, las atenciones eran considerablemente
menores, con cifras que rondaban las 900,000 en 2019. Esto subraya cómo la pandemia de COVID-19 actuó como un gran detonante para visibilizar y, en muchos casos, agudizar estos problemas. En los últimos cinco años, hemos observado un incremento sostenido en la demanda de servicios de salud mental, evidenciando una necesidad creciente y urgente de atención.

La Población Joven: Vulnerable y en Formación

Los problemas de salud mental no distinguen edad, género ni condición social; sin embargo, afectan de manera especialmente crítica a ciertos grupos etarios.
Adolescentes y jóvenes se encuentran entre los más vulnerables, justo en una etapa vital en la que el rendimiento académico resulta decisivo para su futuro. Diversas investigaciones señalan que gran parte de los trastornos mentales emergen antes de los 25 años, coincidiendo con los periodos de educación secundaria y universitaria. En consecuencia, una proporción importante de la población estudiantil enfrenta simultáneamente exigencias académicas, sociales y personales, mientras lidia —muchas veces en silencio— con desafíos emocionales y psicológicos significativos.
En Perú, lamentablemente, hemos sido testigos de noticias preocupantes sobre suicidios relacionados con estudiantes universitarios. Estos casos trágicos ponen de manifiesto la presión académica, las expectativas familiares y la falta de mecanismos de afrontamiento o apoyo adecuados que pueden llevar a situaciones extremas. La competitividad, el miedo al fracaso, la soledad y la adaptación a un nuevo entorno son factores que, sin el soporte necesario, pueden desbordar a un estudiante.

¿Cómo los problemas de salud mental sabotean el aprendizaje?

Los problemas de salud mental no son simples “etapas” o distracciones que los niños y adolescentes superan solos. Son dificultades reales que pueden afectar seriamente su rendimiento de diversas maneras:

  • Dificultades de concentración y atención: La ansiedad, por ejemplo, puede generar una mente hiperactiva, dificultando enfocarse en clases o lecturas. La depresión, por otro lado, puede provocar una lentitud mental y una incapacidad para mantener la atención. Esto se traduce en menor comprensión de los temas, errores en tareas y una baja participación en clase.
  • Problemas de memoria: Tanto la ansiedad como la depresión pueden afectar la memoria a corto y largo plazo. Recordar información para exámenes o incluso retener detalles de una lectura se vuelve una tarea ardua.
  • Baja motivación y energía: La depresión se caracteriza por una profunda falta de energía y anhedonia (incapacidad para sentir placer). Un estudiante desmotivado tendrá dificultades para iniciar proyectos, asistir a clases o realizar las actividades académicas con el mismo entusiasmo que sus compañeros.
  • Aislamiento social: Problemas como la fobia social o la depresión pueden llevar al aislamiento, impidiendo la participación en trabajos grupales, la creación de redes de estudio o la búsqueda de ayuda. La soledad y la falta de interacción social pueden agravar los problemas de salud mental y crear un círculo vicioso.
  • Problemas de sueño: La ansiedad puede causar insomnio y la depresión hipersomnia (exceso de sueño). Un sueño deficiente afecta directamente la capacidad cognitiva, el estado de ánimo y la energía para afrontar el
    día académico.
  • Irritabilidad y conflictos Interpersonales: Los cambios de humor y la irritabilidad, comunes en muchos trastornos mentales, pueden generar conflictos con profesores y compañeros, afectando el ambiente de estudio y la disposición a colaborar.
  • Procrastinación y bajo Rendimiento: La dificultad para iniciar tareas y la falta de energía a menudo conducen a la procrastinación, lo que se traduce en trabajos incompletos o entregados a destiempo, y en última instancia, en un bajo rendimiento académico.

Señales de Riesgo: ¿Cómo Identificarlas?

Aprender a reconocer las señales de riesgo que indican que un estudiante podría estar lidiando con problemas de salud mental es crucial. Estas no siempre son evidentes y pueden confundirse con el «estrés normal»; de la vida estudiantil.

  • Cambios significativos en el comportamiento: Aislamiento repentino, cambios drásticos en los patrones de sueño (dormir mucho o muy poco), cambios en los hábitos alimenticios (comer en exceso o muy poco).
  • Disminución notable del rendimiento académico: Bajas calificaciones inesperadas, falta de entrega de trabajos, ausentismo frecuente a clases.
  • Expresiones de tristeza profunda o desesperanza: Frases como «no le encuentro sentido a nada», «estoy cansado de todo», «no veo la salida».
  • Irritabilidad o cambios de humor extremos: Explosiones de enojo inusuales o episodios de llanto sin razón aparente.
  • Pérdida de interés en actividades antes disfrutadas: Dejar de participar en deportes, pasatiempos o reuniones sociales que antes eran importantes.
  • Síntomas físicos recurrentes sin causa médica: Dolores de cabeza, problemas digestivos, fatiga crónica.
  • Abuso de sustancias: Uso de alcohol o drogas como un mecanismo de afrontamiento.
  • Comentarios o amenazas de autolesión o suicidio: Cualquier mención de este tipo debe tomarse con extrema seriedad y buscar ayuda profesional de inmediato.

Factores Protectores: Fortaleciendo la Resiliencia

Afortunadamente, existen factores protectores que pueden mitigar el impacto de los problemas de salud mental y fortalecer la resiliencia de los estudiantes frente a los desafíos académicos y emocionales.

Uno de los más poderosos es contar con una red de soporte sólida. Tener cerca a personas que escuchen, comprendan y acompañen —ya sean padres, amigos, mentores o profesores empáticos— puede marcar una diferencia profunda. Cuando un estudiante siente que no está solo, que puede hablar sin miedo a ser juzgado y que hay alguien que lo apoya incondicionalmente, las probabilidades de superar una crisis emocional aumentan notablemente. Por el contrario, la ausencia de esta red incrementa el riesgo de aislamiento y empeoramiento de los síntomas, haciendo que el estudiante se sienta desamparado frente a sus dificultades.

Otro factor clave es el desarrollo de habilidades de afrontamiento. Enseñar a los estudiantes a identificar sus emociones, resolver problemas, gestionar el tiempo, regular el estrés y aplicar técnicas de relajación no solo mejora su desempeño académico, sino también su capacidad para enfrentar los altibajos de la vida diaria.

Además, el acceso a servicios de salud mental adecuados es esencial. Contar con espacios de consejería o terapia dentro de los centros educativos o en la comunidad permite intervenir a tiempo y prevenir complicaciones mayores.
Estas intervenciones tempranas pueden evitar que un malestar emocional se convierta en un trastorno debilitante.
También es importante promover un estilo de vida saludable. El bienestar emocional está estrechamente vinculado a factores como una alimentación equilibrada, la práctica regular de actividad física, un descanso adecuado y momentos de ocio y desconexión. Estos hábitos no solo favorecen el cuerpo, sino también la mente.

Por último, el entorno escolar o universitario tiene un rol fundamental. Un ambiente educativo inclusivo y comprensivo, que valore el bienestar emocional tanto como el rendimiento académico, puede reducir el estigma asociado a la
salud mental. Instituciones que muestran flexibilidad, respeto y comprensión frente a las necesidades de sus estudiantes contribuyen activamente a su estabilidad emocional y su éxito académico.
A todo esto, se suma la importancia del autoconocimiento y el autocuidado.
Fomentar que los estudiantes aprendan a identificar sus emociones, reconozcan sus límites y se den permiso para cuidarse, no es un lujo, sino una herramienta clave para su salud integral.

El Rol del Apoyo Emocional y las Soluciones

El apoyo emocional es, sin duda, la piedra angular para mejorar los resultados académicos de los estudiantes que enfrentan problemas de salud mental. No basta con buenas intenciones; se requieren acciones concretas: Escuchar con empatía, validar sus emociones y animarlos a buscar ayuda profesional puede marcar una gran diferencia. Además, la flexibilidad académica —como adaptaciones razonables— y la creación de espacios seguros, donde los estudiantes se sientan comprendidos y acompañados, fortalecen su bienestar.
Cuando familia, docentes e instituciones trabajan juntos, no solo se protege la salud mental, sino que se potencia el desarrollo integral del estudiante.
Porque un alumno que se siente emocionalmente acompañado aprende mejor y vive con más propósito.

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